Me estaba visitando un señor, digamos que no era tan mayor, jovencillo más bien, andaba medio volado, por no decir que volaba a medias. Entre acercamientos, idas y tirones, él vacilaba en su aproximación. Aunque desdibujada y zigzagueante, existía una línea levemente trazada: el camino y el destino hacia mí.
Se acercaba y yo impávida, no por rebeldía, sino por falta de intimidación. Mientras la gente de al rededor me decía que me alejara -no era una señal de sana diversión el hecho de que el se acercara tanto a mí y yo, desafiante, se lo permitiera. El peligro, por leve que sea, siempre me produjo ese goce, que pocas cosas logran. De nuevo se venía, y yo, aunque empezaba a titubear entre pisarlo o no, lo dejaba.
Empezó -al no oler mi miedo?-a alejarse de repente. Sentí más que alivio pena, me intrigaba saber como se sentiría su aleteo, su sonido, su picada.
Saber que se aproxima algun chupa-miel, que alguien anda por ahi recogiendo el "azúcar" de las personas me intriga. Estaré dulce?
Al fin, cuando supe que estaba cerca, decidió marcharse súbitamente, me habría visto amenazadora?, quizás "cortaría su vuelo".
Miraba yo marcharse al que aleteaba pati-cojo, cayéndose de regreso, no tenía yo el tipo de miel que buscaba?
-"Una abeja, una abeja, mátala, mátala!"
-"No puedo matarla" no porque me de miedo darle muerte, sino porque aprecio más su vida viéndola irse de mi lado.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario